10 diciembre 2005

Paradise, Ngorongoro



Capítulo 21 - VEINTIUNO - “The shadow of rain”/ “La Sombra de la lluvia”
© Inédito, Santiago Rocha

“PARADISE, NGORONGORO”


August 15, 2002
La visión del paraíso según Santiago


Como dije alguna vez "...compartir las vivencias de otras personas - y cuando digo compartir me refiero a estar completamente disponible para asimilar todos los recuerdos, los gestos más sutiles, los movimientos cotidianos y rutinarios y también aquellos que implican magnanimidad y heroísmo - significa hacer tu vida más plena y aún más, significa vivir más de una vida..."

Estoy cada vez más convencido que las vidas no deben medirse en años, sino en vivencias y entregas. Si el viejo Will Shakespeare hubiese muerto después de escribir el primer soneto, o Miguel Angel después de tallar el primer esclavo, sin dudas que sus vidas seguirían siendo más pletóricas que las de la mayoría de los mortales y a mi pobre entender, no hay manera más abyecta de desperdiciar el milagro de la existencia que corriendo tras riquezas materiales sin importar las implicancias.

Querido amigo: todo este preámbulo es para comentarte lo que viví en esta última semana. Quisiera tener tu facilidad de enhebrar las palabras como cuentas de colores más claros o más oscuros según las circunstancias, pero siempre las acertadas, para poder describirte esta mezcla de belleza y miseria ambas sin límites.

Mwanza y Musoma fueron los puntos elegidos para el estudio, pero también pateamos las llanuras del Serengeti desoladas por la sequía y los incendios, y la meseta del Ngorongoro (un cráter volcánico apagado hace miles de años). La naturaleza construyó aquí paisajes inimaginables que te aplastan y te hacen tomar conciencia de lo minúsculos que somos. Por momentos toda esta hermosura te agobia y te hace sentir un dolor intenso en alguna parte de tu ser, que aunque te esfuerces no podrías especificar, pero las más de las veces te seda y te sumerge en un estado de placidez que te impulsa a fundirte con todo lo que te rodea.

Recuerdo que en uno de los episodios de "Los sueños" de Kurosawa, cuando el protagonista penetra en un cuadro de Van Gogh y se pierde entre las pinceladas. Algo muy poderoso me empujaba a hacer lo mismo en cierto momento. Recorríamos con Hannah y Julian (el argentino – canadiense), el lecho seco y cuarteado de lo que fue un gran charco o un pequeño lago. Muchas veces habrás visto en verano sobre la carretera esta ilusión óptica que provoca el aire caliente que se desprende del asfalto. Pues bien, aquí teníamos la sensación que estábamos rodeados de agua y las ruedas del coche parecían flotar.

De pronto, vimos a poco más de 10 metros, tirado a la sombra de una acacia de copa chata, un león solitario que por andá a saber por qué razón quedó rezagado, ya que la mayoría de los animales migraron hacia el norte. Nos miraba indiferente. Era tan lindo lo que estábamos viendo que no pude otra que parar. Lo único que deseaba hacer era bajar y tirarme al lado del felino, abrazarlo y acariciarlo para hacerle entender que lo quería.

Julian no se dió cuenta de nada, pero Hannah me pregunto: ¿Estás loco? No puedo creer que estés pensando lo que pienso que piensas. Daniel, no debe existir droga más poderosa que la belleza extrema; cualquier hongo selvático queda reducido a unas pobre aspirina al lado de lo que experimenté aquella vez.

Especialmente lo visto en el Ngorongoro, a 2.300 metros de altitud, es indescriptible. El clima es eternamente primaveral gracias a la altura y seguramente si el jardín del Edén existió alguna vez se parecía muchísimo al paisaje que se puede ver aquí.

Lagos de agua dulce poblados por flamencos rosados, bosques que ofrecen abrigo a animales arborícolas, pasturas siempre verdes gracias a la abundancia de lluvias -aún en la estación seca- alimentan a las manadas de herbívoros que prefirieron este ascenso al viaje hacia Kenia cuando las llanuras del Serengeti se secaron. Y tras los antílopes vinieron los carnívoros y los carroñeros. Todos conviven pacíficamente hasta que se pone en marcha la cadena alimenticia. La vista desde el borde del cráter es tan magnífica que te hiela la sangre y te corta la respiración.

Le pedí a nuestro camarógrafo que me haga una copia de la filmación que hizo aquí para llevártela, aunque no pude sacarme un pensamiento de mi mente que nació y creció mientras veía esta maravilla: debo volver a Ngorongoro con Daniel, quien valorará tanto o más que yo este paraíso. Amen.


Santiago Andrés Rocha, Tanzania, Agosto de 2002

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