13 diciembre 2005

Amor de veranada

Criancero del norte neuquino, con su "piño" de cabras al pie del Domuyo


Capítulo 15 de “La Sombra de la lluvia” / “The shadow of rain”

“AMOR DE VERANADA”


© Inédito, Daniel Mc Riley

Algunos ven un regalo como una incidentalidad más. Y el objeto es atesorado, disfrutado, pero la esencia permanece invisible. Gracias a la vida, existe la ofrenda.
Toda ofrenda es un sacrificio, es esencial. No es una respuesta ni algo que deba ser respondido o correspondido, bajo convención alguna. Es una necesidad interior.
Ser honesto a la necesidad interior: quizá sea difícil y lleno de desilusiones. Pero es un camino maravilloso.
La ofrenda es un hito en el camino. Es una pregunta o un largo silencio compartido.

Recorriendo la Cordillera del Viento, un día llegué hasta el rancho de una familia muy querida. Se alegraron mucho de verme. Le dimos a la conversa, y en un instante, Doña Estefanía se largó a llorar: no tenían casi nada para comer. Sus hijos –ocho- no tenían siquiera útiles para la escuela, y el hijo mayor –orgullo de la familia- trabajaba en las nocturnales calles de la ciudad de Neuquén, para mantener sus estudios secundarios. Este hijo lejano tenía verdadera necesidad de consuelo, porque vivía en un frío cuartucho en las afueras de la ciudad, alejado de sus seres amados, bien lejos de los bosques y los lagos ocultos de la montaña.

Don Benedicto –el patriarca de la familia- me dijo luego: “Don Danielcito, pasa que no puedo dejar de chupar, y me gasto la poca plata que hay en la bebida. Yo soy el culpable de que toda mi familia esté turbada. Que Diosito me perdone...”. Los montañeses somos gente de pocas palabras.

Por la noche, compartimos un chivo asado con una poquedá de pan casero con harina negra y agua del torrente. Muchos años después, supe que Don Benedicto había salido aquella tarde del llanto liberador a buscar un chivo en las alturas del mundo. El piño pastoreaba a más de veinte kilómetros de allí, cordillera arriba.

A la hora de dormir, la familia me preparó un alojo bajo una ramada. La improvisada cama estaba hecha con cueros de chivo, un colchón todo rotoso, mantas, peleras para la ensilladura del caballo y un poncho de Don Benedicto. En las veranadas –las altas cumbres de pastos tiernos- hace mucho frío, aún siendo verano.

Cuando desperté, me fui a lavar la cara al manantial, frente al Paire Domuyo, el dueño de todos los cerros. Y ví. ¿Qué vi?...

Toda mi familia dormía en un colchón miserable tapizado con hojas de álamo, sin techo alguno que los cubra, tiritando de frío bajo el cielo protector. La beba más chica lloriqueaba despacito, y otro de los chicuelos, tosía cadenciosamente.

Esa familia tenía tuberculosis.
Nadie los visitaba, nadie acudía a sus llamados, y por favor del destino, yo estaba junto a ellos.
Juré que a esa zona yo pertenecería, siempre.
Aquella vez lloré como nunca antes, solo, frente al amanecer cordillerano.
Fue la primera ofrenda que recibí en mi vida.

Y en un mundo tan cargado de certezas, la ofrenda es un milagro.
Como el hecho de haberla compartido al menos con un alma dispuesta, en el curso errático de mi camino.
Gracias por todo. Usted disculpe. Hasta siempre.



Cañón del Atreuco, Varvarco, territorio de veranadas (Fotos: Daniel Mc Riley)


“AMOR DE VERANADA”
Daniel Mc Riley, Varvarco, Neuquén, Patagonia argentina, agosto de 1992

2Comentarios:

At diciembre 13, 2005 10:16 a. m., Anonymous Anónimo

Dan, no pude despegarme de la poesía de tus blogs!...Sos un escritorrrr...!
Me dejé llevar por las palabras... y me encantó!
Sos muy especial y tenés un estilo musical al escribir, atando notas de palabras, uniéndolas aunque a veces parece que no... y tenés el estilo Tarkovsky!
Si Andrei lo leyera estaría cautivado de tu forma de escribir.
Dale a eso, laburalo, experimentalo, que es tu estilo.
Las imágenes de tu libro quedaron dando vuelta en mi cabeza... sabés... y en sueños uní el sueño de tu libro.
Vos escribiste como la película "Memento"... volvías atrás, al presente, al futuro, mezclaste situaciones y el resultado es GENIAL!
No aflojes!
Para publicar un libro hace falta desearlo con el corazón!

Enrique Morel

 
At agosto 25, 2008 7:00 p. m., Blogger ABRAXAS CADIZ

Fascinante la historia, Daniel, se me saltaban las lágrimas...
En verdad creo que el sentido de la ofrenda, la ofrenda auténtica, solo es conocida por la gente humilde como la que describes, que dan lo mejor de sí en su entrañable generosidad y hospitalidad.
Quisiera, y creo que quisiéramos, guardar la pureza y la bondad de estas gentes olvidadas del mundo, pero que conservan en su corazón la esencia de la verdadera humanidad.
Benditos sean... y que Dios les ayude... ya que nadie lo hace... lo merecen más que todos nosotros.

 

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