13 diciembre 2005

Prólogo 3 - La campana (una transposición literario-fílmica)

"La Trinidad" (Icono de Andrei Rubliov)

PROLOGO 3
Tresilla
“La Sombra de la lluvia” / “The shadow of rain”

* Primer Movimiento: Allegro vivace, molto apassionato

“LA CAMPANA”
© Inédito, Daniel Mc Riley


Había una vez un pintor de íconos que se llamaba Andrei Rubliov. Pintar íconos era su mayor felicidad, era su don, y lo ofrendaba a la gloria de Dios y a todas sus criaturas.

En aquel tiempo, pintar íconos era un oficio sagrado. Y Andrei Rubliov se había consagrado como monje, pese a que tenía dudas con respecto a Dios y a su propia fe. Pero cuando pintaba sentía que él tenía destinado un lugar en este mundo, y que todo cuanto lo rodeaba era la manifestación de la Presencia de Dios.

Un día decidió partir, ir muy lejos para que otras gentes y otros pueblos pudiesen apreciar los frutos de su arte. Era una ofrenda, porque Andrei no pretendía reconocimiento alguno, ni gloria, ni fama. Y así fue que llevó sus lienzos, sus pinturas, y comenzó la travesía por el enorme territorio de Rusia.

Durante aquellos años, cerca del 1400, Rusia estaba asolada por las invasiones de los tártaros y los mongoles. Muchos pueblos eran saqueados, incendiados, y sus habitantes sufrían horribles tormentos y violaciones. Andrei descubrió en su viaje que el mundo no era armonía, ni la total manifestación divina: sólo veía muerte, huellas de violencia, y un mundo triste y desolado. Eso produjo una gran amargura en el pintor, pues sus ofrendas y mundos de belleza y espiritualidad, a nadie parecían interesarles.

Al llegar a un pueblo, comenzó a desplegar sus íconos. Una muchacha inocente se acercó para ver un ángel que Andrei había pintado, y quedó hipnotizada ante la belleza extrema. Los íconos no son pinturas comunes: aquello que se muestra no es la representación o la imagen del Arcángel Miguel, sino la Presencia misma del Arcángel, la cual se revela a través del don del pintor.
Y aquella muchacha (muda y despreciada por la gente) pareció sentir que el Arcángel Miguel la había rozado con su ala, y la había amparado en esa contemplación piadosa. A partir de ese momento comenzó a seguirlo a Andrei Rubliov, dondequiera que fuese; y aunque al principio Andrei se fastidiaba de su compañía (él era un ser solitario), comenzó a sentir ternura y comprensión hacia aquella muchacha desgraciada. Así fue que Andrei y su acompañante llegaron a un poblado que estaba siendo asediado por los tártaros. Y de pronto, sin sospecharlo, se vieron acorralados en un sitio de violencia y muerte. Los invasores entraron al pueblo, quemaron su iglesia, raptaron a las mujeres, mataron a los niños...

Y en medio de aquel abismo, Andrei Rubliov se vio obligado a matar. Sucedió que un soldado tártaro estaba a punto de asesinar a la muchacha inocente (quien había quedado paralizada de pánico en medio de una calle); y ante esa acción inminente, Andrei mató al tártaro para salvar a otro ser indefenso.

Andrei era consciente de su accionar: él, que sólo había creado realidades espirituales a través del arte, había cometido un crimen, había decidido poner fin a la vida de otro ser. Nada tenía sentido: ni su pintura, ni su palabra, porque el mundo era víctima del horror que los hombres pudieron crear. Y así, con una tremenda culpa, Andrei decidió callar para siempre, arrojando sus pinturas y lienzos al río. Él había decidido su propio autocastigo, y lo llevaría a cuestas hasta las últimas consecuencias.

Se apartó de todos. Durante veinte años no pronunció palabra, y algunos lo reconocían como el gran pintor de íconos que había abandonado su arte, aunque nadie sabía por qué. En algún momento recordó que había quedado solo en su silencio, pues a la muchacha la acusaron de bruja y la arrojaron a la hoguera, culpándola de tantos desastres. Andrei nada pudo hacer para evitarlo, aunque su palabra podría haberla salvado.

Un día de primavera llegó a un pueblo con una gran iglesia. Le pareció un lugar distinto y decidió quedarse. Allí vivía un muchacho, forjador de campanas, hijo del más grande hacedor de campanas. El muchacho trabajaba día y noche, para brindar a la iglesia la campana más sonoramente bella que haya existido. Todos decían que el joven conocía el secreto para construir la campana perfecta.

Andrei se conmovió al descubrir la tenacidad, y al mismo tiempo, la debilidad espiritual del muchacho. Se acercó a él, y comenzó a ayudarlo en su misión, acompañándolo, dándole consuelo... sin pronunciar palabra alguna.

Y un día, la campana quedó terminada.La colocaron en el campanario, y al verla, el muchacho se desmayó de pánico y emoción.La campana sonó.
Un viejo dijo: “-Esta campana demuestra que Dios existe, y todo ser que aquí repose, será amparado por el sonido de su gloria. Este lugar será bendito por siempre, hasta el fin de los tiempos-”El muchacho se abrazó a Andrei, el único amigo que creyó en su misión, y llorando le dijo:“-Hermano, yo no conocía el secreto para forjar la campana perfecta. Mentí a todos. -”Andrei, conmovido, salió de su silencio, y le dijo: “-Tu fe me ha salvado. Iremos juntos por el mundo: tú forjarás campanas, y yo pintaré íconos.-”Y entonces Andrei pudo conocer el rostro del Ángel.

“LA CAMPANA”
Daniel Mc Riley, Varvarco, Neuquén, Navidad de 1994
Con esperanza y confianza, en homenaje a Andrei Tarkovski

1Comentarios:

At diciembre 13, 2005 9:51 a. m., Anonymous Anónimo

He pasado apenas por aquí, no he tenido tiempo de recorrer demasiado aún, de saborear. Estoy encantado de encontrar un espacio de belleza en un oleaje tan hostil como esta virtualidad.
saludos
Debret Viana

 

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